La fotografía en general, se cataloga de buena o mala en función del estímulo que le llega a quien la contempla.
Para el observador amateur, esta catalogación suele estar relacionada con el motivo de la imagen. Una fotografía de un lugar exótico, de una tribu desconocida, o de un animal en el Ngorongoro muchas veces es criticada como buena aun teniendo una composición y una luz nefastas. En contraposición, una imagen de un rincón, una familia común europea o un perro carente de exotismo, pasa más desapercibida aún tratándose de una fotografía correcta, bien compuesta y con una luz estudiada.
Dicho esto, surge la pregunta sobre cuál es el santo grial para una buena fotografía.
Se ha hablado muchísimo sobre esto, y no seré yo quien ose afirmar tener la respuesta. En mi humilde opinión diría, que es quizá el fotógrafo o la fotógrafa quien debe, aun partiendo de una escena sin interés aparente, crear una imagen no sólo correcta técnicamente, sino también atractiva, digna.
Tal y como escribe Joan Fontcuberta en su libro El beso de Judas, Fotografía y verdad (Ed. Gustavo Gili,1997).
“El buen fotógrafo es el que miente bien la verdad”
A mi entender, una buena fotografía es aquella que de un modo u otro me transmite emociones tanto con la forma como con el fondo, o sea, en conjunto.